Nací entre pinceles, en una familia de escenógrafos.
Crecí viendo cómo el arte podía convertir un simple telón en un mundo entero.
Mi padre tenía una frase que nunca olvido:
Y yo, cabezota como pocos, me propuse convertir esa lección en mi mantra.
Así soy.
Llegué a memorizar los colores como si fueran viejos amigos: por su referencia en las cartas de pintura. Y cuando creía que lo tenía todo bajo control, la vida decidió comentarme algo importante :
Soy daltónico.
Imagínate. Un pintor que no ve los colores como los demás. Fue como si alguien me apagara las luces.
-Ya está. No puedo seguir..., pensé.
Hasta que apareció ella.
María de los Reyes Amil, mi Endomaga.
Una mujer que vio lo que yo era incapaz de ver. Le confesé mi “defecto”, esperando lástima.
Pero lo que me dio fue una verdad tan simple como demoledora:
Mi forma de ver los colores no era un problema, sino un don. Porque los colores no necesitan nombres; son energía, vibración.
No pinto para cualquiera.
Pinto para almas despiertas, para aquellos que sienten.
¿Crees que has llegado aquí por casualidad?
No lo creo.
Uno de los cuadros.., te está buscando...